La arquitectura como lenguaje, como reflejo, como cambio, como distubio… Los códigos del deconstructivismo (generalizando con este nombre a la arquitectura de la desorientación) buscan despegarse de un discurso del pasado, por el entendimiento de la estructura no como algo deconstruible, sino como algo deconstruido desde el inicio, y por lo tanto carente de una raíz sólida o incluso verdadera. Para Jacques Derrida y Peter Eisenman ésta es una verdad fundamental. Para Daniel Libeskind, que al igual que Eisenman floreció tardíamente como arquitecto constructor, la arquitectura es un lenguaje, pero sin necesidad de explorar símbolos formales reconocibles.
Por ejemplo, fueron más de 18 minutos los que le tomaron a Libeskind para explicar su postura sobre el concepto de ‘arquitectura’. En ese lapso, Libeskind organiza un torneo de antóminos, favoreciendo a la obra riesgosa y caótica sobre la segura. El edificio que es del todo seguro no promueve un cambio o una evoloción y no puede ser memorable.
Impedir que la arquitectura traspase la dimensión sintáctica (forma y estructura) y se contamine de semántica (forma y objeto que representa) y pragmática (forma y el usuario) es un objetivo alquémico de la arquitectura. Para Josep Montaner, el hecho de «deconstrucción» (como Eisenman) ha tenido que distinguirse del que sólo es «abstracción formal» (como Frank Gehry). Es una arquitectura que impacta e influye por sí misma, no por su relación con el contexto y la identidad histórica.